Cuando pretendemos hablar de salud mental y aprendizaje, un tema fundamental que obligatoriamente debemos incluir tiene relación con el abordaje de las emociones dentro del aula, cómo estas influyen en el aprendizaje y qué relación tienen con el funcionamiento de la memoria.

“Para que un recuerdo se consolide en la memoria, es fundamental que esté asociado a una emoción”.  

Durante toda nuestra vida permanentemente aprendemos una infinidad de cosas. Sin embargo, con el paso del tiempo sólo algunas perduran en nuestros recuerdos. La principal responsable de esto es la emocionalidad. Los aprendizajes que se logran dentro de la sala de clases y en la vida cotidiana, se encuentran asociados a sentimientos, pudiendo estos ser positivos (como la alegría, la satisfacción o el orgullo) o negativos (como la tristeza, el miedo o la frustración) y estos permanecerán en nuestra memoria.

Ahora bien, es necesario recordar que la memoria se divide en tres subtipos: de corto plazo, que tiene la capacidad de mantener en nuestra mente información en pequeñas cantidades, por ejemplo: un número de celular, el nombre de un programa de televisión, una capital de un país o una dirección. Si esto lo relacionamos con el aprendizaje, es primordial saber que si estos datos no son repasados con entusiasmo, frente a la más mínima distracción serán olvidados por el niño.

Otra subdivisión de la memoria es la operativa o de trabajo, que se activa cuando el conocimiento traspasa la memoria de corto plazo, obteniendo la posibilidad de transformarse en un recuerdo a largo plazo o simplemente ser olvidado a los pocos días. Por ejemplo, cuando los estudiantes pasan largas horas estudiando para lograr una buena calificación en una evaluación. No obstante, cuando la información estudiada no es repasada posterior a la evaluación o no existe un compromiso emocional con ella, probablemente desaparecerá.

La memoria a largo plazo es la tercera subdivisión y la define que la información perdure durante un largo lapso de tiempo e incluso para toda la vida. Si esto lo llevamos al aula, se transforma en un desafío para los actores vinculados a los procesos de aprendizaje debido a que mientras el niño logre despertar mayores  emociones y que sean positivas, más amplia será la unión de neuronas (sinapsis) pudiendo  llegar a ser tan fuerte que los recuerdos no se olviden y puedan evocarse cuando la situación educativa o cotidiana lo requiera. Un ejemplo de esto puede ser el aprender a tocar la flauta. Podemos estar años sin practicar, pero el hecho de escuchar  una melodía que nos recuerde la experiencia, o simplemente tomar una flauta por un tiempo breve, será suficiente para volver a sentir que nunca hemos abandonado esta acción que nos hace estar en estado de bienestar.

Platón, hace más de 2000 años enunció la cita “todo aprendizaje tiene una base emocional”; probablemente no fue consciente de la implicancia que tendría para el aprendizaje; en esa época ya se adelantó a las conclusiones que actualmente derivan de las evidencias arrojadas por los campos de la neurobiología y la educación.

Quizás alguno de nosotros nunca olvide la vez que fue molestado por compañeros de curso, como probablemente tampoco desaparecerán de nuestra memoria esos profesores que colocaban tanta alegría y entusiasmo en sus clases. Por estas razones y muchas más, debemos construir ambientes motivadores y seguros emocionalmente,  no sólo para predisponernos al estudiar, sino también para procurar que los conocimientos adquiridos perduren por mucho más tiempo en nuestra memoria. Por el contrario, si los espacios educativos son percibidos como agresivos o estresantes dificultarán la concentración y atención de los estudiantes, provocando que gran parte de la información adquirida en clases desaparezca. 

¿Por dónde podemos comenzar? Asociando la educación al bienestar y felicidad. 

Las salas de clases y ambientes educativos deben caracterizarse por potenciar la alegría y la risa porque esto, en cierta medida, contribuye a combatir el estrés y estados emocionales negativos. Después de todo, reír es una de las mejores formas de promover la interacción positiva con los pares, ya que es un lenguaje universal que fortalece los lazos afectivos.

Esta actividad ayuda a promover el sello institucional de compromiso con la comunidad.

Sandra Castro Toledo
Profesora de Educación Básica 
Mg. Educación mención Gestión Educacional
Instituto Profesional Virginio Gómez