Por Alejandra Castro Vergara, Jefe de Carrera de Psicopedagogía, IP Virginio Gómez Concepción.

Desde 1983, el Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad -o TDAH- ha formado parte de los Manuales de Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM III y IV), presentando sólo algunas modificaciones o actualizaciones a través de los años, pero ¿qué es realmente el TDAH?

Muchas familias se hacen esta pregunta cuando, tras consultar a un especialista, se les informa que la compleja conducta de sus hijos está dentro de una categoría de trastorno. Situación que se repetía, de forma cada vez más habitual, con el pasar de los años. Sin embargo, diversas investigaciones sobre este tema desestiman esa primera teoría de un trastorno mental, principalmente, afirmando que las habilidades cognitivas, sociales y emocionales deben ser trabajadas y potenciadas desde los círculos más cercanos al sujeto. Con esta base, la conducta sería el reflejo de ello.

En Chile, existe un sobrediagnóstico del TDAH, etiquetando y encasillando a muchos estudiantes bajó este trastorno, asociándolo a “su mala conducta y baja atención”. Más aún, de acuerdo al “grado encontrado”, el tratamiento incluye medicación, por lo que en la sala de clases podemos encontrar niños TDAH y, también, niños TDAH medicados. 

Si consideramos que la curiosidad e interacción es parte normal del desarrollo de un infante, esperar una sala de clases con “niños muebles” es impensable.  Entonces, ante un o una estudiante con baja atención, desinterés escolar y bajo rendimiento, quizás, más que categorizar y buscar un diagnóstico (o etiqueta) sería necesario preguntarnos, como profesionales de la educación ¿Por qué está o se comporta así? Buscar la raíz es nuestra responsabilidad, y, sobre todo, velar por el bienestar de los y las estudiantes.

En este sentido, entonces, cabe la interrogante de si ser inquieto o desatento es sinónimo de TDAH y, desde las ciencias, han tratado de responder a esta disyuntiva. En primer lugar, debemos considerar que la atención en un proceso cognitivo básico permite seleccionar estímulos para dar respuesta a ellos, por lo tanto, si el estímulo presentado no es interesante o no genera curiosidad en los estudiantes, simplemente pondrán su atención sobre otro estímulo. Y, es en este contexto donde incluir los intereses de los estudiantes en la sala de clases es un factor determinante para “eliminar el TDAH”. Especialmente, debemos recordar que la conexión emocional con una tarea presentada fortalece el proceso de aprendizaje.  

Quizás, uno de los datos más curiosos que se relacionan con el TDAH fue dado a conocer en el año 2009, cuando el psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg, quien fuera el impulsor del llamado TDAH, señala, meses antes de fallecer, que este “trastorno” debía ser replanteado y actualizado. Esto, principalmente, por el sobrediagnóstico existente y considerando la interpretación histórica entre la conducta, la atención y los procesos mentales.  

No podemos definir ni ser tajantes al respecto. Pero sí debemos considerar que cualquier diagnóstico debe ser planteado como parte de un proceso integral, en el cuál se de espacios para la búsqueda de los apoyos y recursos necesarios que puedan ser empleados por la escuela y la familia para acompañar el proceso de aprendizaje y, así, el estudiante tenga acceso al conocimiento más allá de cualquier tipo de diagnóstico que tenga.

Este, puede no ser un camino sencillo, pero la implementación de metodologías activas, el desarrollo de las funciones ejecutivas y la educación emocional de un menor, entregará a los estudiantes las competencias necesarias para la resolución de problemas y el logro de los objetivos, no sólo académicos, si no, para la vida.